Ya es 11 de enero y, tras sobrevivir a la avalancha navideña, ahora toca esquivar los propósitos de Año Nuevo. Confieso que me he convertido en una especie de Grinch de los propósitos. ¿Será que soy incapaz de cumplirlos, que me parece pura palabrería, o es que realmente pienso que hemos perdido el norte? Cada enero, como relojes, nos bombardean con artículos, posts e incluso segmentos en las noticias llenos de consejos sobre cómo ser una versión ultramejorada de nosotros mismos. «¡Este año lo peto!», decimos, mientras anotamos metas tan ambiciosas que hasta los dioses del Olimpo se echarían a temblar.
Desmontando el Mito de los Propósitos
Los propósitos de Año Nuevo son una tradición que se remonta a los romanos, y que hoy se han transformado en una especie de martillo motivacional. Cada año nuevo, muchos sentimos que se nos presenta un lienzo en blanco, un reseteo cargado de esperanza y posibilidades. Pero vamos, a veces confundimos deseos con objetivos alcanzables. «Conseguir el trabajo de mis sueños» suena genial, pero tal vez deberíamos empezar con «buscar un trabajo con mejor horario». Si vamos a hacer propósitos, hagámoslo bien: establezcamos objetivos claros y realistas. Así se consigue estructura y dirección, y también se mejora nuestra autoeficacia, fortaleciendo la creencia en nuestra capacidad de influir significativamente en nuestras vidas.
Cuando los Propósitos Nos Sobrepasan
Sin embargo, vamos que los propósitos a menudo están cargados de expectativas poco realistas. «Perder 20 kilos», «aprender cuatro idiomas», o «viajar por el mundo» son metas inspiradoras, pero sin un plan realista, solo nos preparan para sentirnos como fracasados en potencia. Cambiar realmente requiere tiempo y esfuerzo constante. En lugar de metas gigantes, ¿por qué no las dividimos en pasos pequeños y digeribles? Esto reduce la presión de cumplir y aumenta las probabilidades de éxito a largo plazo.
El Verdadero Valor de los Propósitos
Los propósitos son valiosos porque nos empujan a crecer y mejorar. Pero, un momento al estilo Rafiki de «El Rey León»: el verdadero valor de estos no se encuentra en la meta final, sino en el viaje y lo que aprendemos en el camino. A veces, la cultura de la auto-mejora nos pone un listón tan alto que acabamos sintiéndonos inadecuados. Y resulta que lo que pensábamos que nos urgía, al final no era tan necesario. La vida cambia, nosotros cambiamos y nuestros propósitos deben reflejar esto, en lugar de convertirse en una fuente de estrés.
Así que, en lugar de dejarte arrastrar por la corriente de propósitos irrealizables, únete a nosotros en Dulae para adoptar un enfoque más humano y realista hacia nuestras metas. El verdadero progreso es aquel que nos hace sentir bien y no agobiados. ¡Feliz año nuevo de verdad!