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¿Límites? Sí, sí… pero, ¿cómo lo hago?

Seguro que estás hasta las narices de oír hablar de los límites, en las redes, en terapia, en los podcast… Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ellos? Los límites son esos muros que construimos para que nos protejan de cualquier invasión no deseada, comentarios desubicados o acciones que no hemos pedido. Imagina un muro que levantas para que nadie te grite durante una discusión o para evitar esas opiniones que no has pedido y sabes que te pueden hacer daño. 

A menudo, confundimos los límites con algo que imponemos a los demás, pero, en realidad, los límites nos los ponemos a nosotros/as mismos/as para luego proyectarlos hacia el exterior. El problema es que, a la gente no nos gusta que nos pongan límites ni que nos digan que no, especialmente cuando no están acostumbrados/as.  Poner límites no es fácil, pero es necesario para que las relaciones sean equitativas, respetuosas y saludables.

El miedo al rechazo, a herir a alguien o simplemente a incomodar nos frena a la hora de poner límites. Esto nos genera malestar y una sensación constante de frustración, sintiéndonos como en un camino sin salida. Lo que debemos entender es que, aunque no es fácil, poner límites es una garantía de protección que nos libera. Es normal que las personas de nuestro entorno reaccionen a nuestros cambios, pero eso no significa que debamos dejar de implementarlos. ¿Recuerdas cuando se podía fumar en los bares, parecía imposible pero se consiguió? Los grandes cambios cuestan, pero el ser humano se adapta a todo.

¿Y cómo ponemos los límites? Porque así queda muy bonito, pero lo importante es la práctica. Estos serían los pasos:

1. Piensa en qué límites te gustaría poner: Deben ser sencillos y concretos.

2. ¿Por qué necesitas esos límites? ¿Cómo te hace sentir el no tenerlos? Te hará más fácil ponerlos si entiendes por qué lo necesitas.

3. ¿A quién te gustaría ponerle esos límites?

4. Prioriza y empieza de forma progresiva.

5. Piensa bien en cómo es la persona a la que vas a poner el límite. Lo más importante es expresarlo de una forma asertiva y calmada. De nada sirve hacerlo en un momento de estallido. El objetivo es que, aunque la otra persona no lo entienda, al menos tú lo hayas podido expresar de la mejor forma posible.

6. Usa los “mensajes yo”: Habla desde cómo te sientes y por qué necesitas ese cambio. Ejemplo: “Mamá, preferiría que por las mañanas no me llames, ya que me produce ansiedad y llego tarde al trabajo.”

7. Repite si es necesario: A veces será necesario reiterar el límite y, si no se respeta, poner una consecuencia. Por ejemplo: “Si continúas sin respetarme, no responderé tu llamada.” A veces, ni siquiera hace falta avisar, puedes simplemente no contestar el teléfono.

El objetivo es encontrar la forma en que tú te sientas mejor y puedas establecer los límites que necesitas. Los límites son una herramienta fundamental para relacionarnos con los demás, así que, ¡practícalos, aunque dé miedo! A largo plazo, te sentirás mejor y más libre.

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